dilluns, 19 de desembre del 2016

Bocamolls (III)

“La identidad no es otra cosa que un “fantasma en la máquina”, la acomodación ilusoria de nuestras pulsiones, una suerte de producción retrocausal, de facultad adaptativa autoficcional. (…) El Yo es el fantasma, la barrera ficticia para sobrevivir al mundo, para soportarlo, una eficaz ficción adaptativa. Daniel Denett lo definía como un “centro de gravedad narrativa”. (…) Las emociones, la conciencia o la inteligencia humanas sirven como rasero para cifrar los logros de la máquina, sin que el verdadero salto haya llegado a producirse. En última instancia, estamos aquí ante la idea falsamente darwiniana de que el hombre es la cima de la evolución: el propio Richard Dawkins en su clásico El gen egoísta (1979) aún sostenía el pensamiento sumamente te(le)ológico de que la conciencia constituye “la culminación de una tendencia evolutiva". La conciencia no representa la cima del progreso por el hecho de contravenir el afán replicante de los genes (el ser humano puede, sin ir más lejos, utilizar métodos anticonceptivos que implican que su material genético se replique), sino su distorsión inherente, una limitación constitutiva y no la culminación de algo. La conciencia representa, de este modo, un canal distinto a la predisposición biológica, pero también su falla específica, el traspié de la evolución, su pharmakon, el momento en el que el avance replicante de los genes se encuentra con su punto de entropía y dispersión.”

Llegit a Guía perversa del viajero en el tiempo de Jorge Fernández Gonzalo (1a ed., p. 338-339).

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